jueves, 1 de noviembre de 2012

Tradiciones






Copal, papel picado de multicolores, calaveritas de azúcar y chocolate, fruta, dulce de tejocote, arroz con leche, una copita de mezcal, pan de muerto, veladoras, cempaxúchitl naranja y de terciopelo, fotografías de seres queridos…. Olores, sabores, colores inigualables que me remontan a mi infancia, cuando acompañaba a mi abuelo Humberto al mercado unos días antes de que empezara el mes de noviembre para comprar lo esencial que se necesita en una tradicional ofrenda para el día de muertos. Todavía siento que es ayer cuando viajaba con él en el vochito rojo. Mi memoria, si no me falla, me dice que siempre me iba agarrando de la mano, y por cada puesto que pasábamos para adquirir lo necesario, me explicaba el por qué de esa parada estratégica. Al final, terminábamos en un puesto de dulces donde había una infinidad de confitería alusiva a los muertos: calaquitas de azúcar saliendo de sus tumbas al jalar un hilito, alegrías con forma de catrinas y gomitas de calaveritas,   lo que se traducía en uno de los momentos más felices. 





Tal vez sea por esos recuerdos memorables que la tradición del día de muertos es una de mis favoritas. Crecí viendo como en casa de mis abuelos la ofrenda era parte de la casa cada 1 y 2 de noviembre, esa mesa ovalada que daba a  la ventana  cubierta con platillos que gustaban a los difuntos, tales como mole,  dulce de calabaza y el tradicional pan de muerto;  adornada en las esquinas y en la parte frontal con flores de cempaxúchitl y papel picado; rodeada de veladoras que le daban el toque místico;  en el centro la imagen de mis bisabuelitas, y como toque final el humo incesante del copal, dando como resultado final una visión multicolor  y un olor penetrante que nos decía que nuestros “muertitos” estaban por llegar. 






Sin duda la celebración de Todos los Santos y Fieles Difuntos, mejor conocida como día de muertos, es un ritual que me hace sentir un enorme orgullo por nuestra cultura e historia. Es un homenaje a la muerte y vida de las personas que más amamos, es recordar a los que no están con nosotros de una manera muy peculiar en una forma colorida y alegre. Ese sincretismo que a lo largo de los años sigue estando presente en nuestras comunidades, es algo que se tiene que seguir preservando y pasar de generación y generación, pues lo que nos caracteriza como mexicanos son esas usanzas milenarias llenas de simbolismos que son admiradas por el mundo entero.  Por eso, en estos primeros días del penúltimo mes del año hago homenaje a mi querido abuelo Humberto, mi tito Jorge y mi tía Mita con un pequeñita pero simbólica ofrenda, para así no olvidar la famosa y querida tradición.